12 de octubre de 2006

Los libros de la cesta

Recuerdo desde muy chica disfrutar de los tiempos en que me encontraba rodeada de libros. Cuando me canse de leer todos los libros de la biblioteca de mi escuela (no era particularmente vasta), descubrí un nuevo mundo en la biblioteca municipal. Me gustaba ir en cuanto podía (debo haber sido su clienta mas joven) y debía tener diez u once años cuando saque el carnet por primera vez. Agarraba la bicicleta y luego de un paseo que me tomaba unos quince minutos desde casa, llegaba a los sótanos de la municipalidad donde el leve olor a humedad no empañaba la magnificencia de las paredes atiborradas de libros llenos de aventuras, desgracias, risas y suspensos, listos para ser leídos. La bibliotecaria, mujer petisa, de lentes gruesos y de mal carácter, se había encariñado conmigo y recorría los estantes con dedos expertos mientras me señalaba lo que ella creía debía ser mi próxima lectura. Yo me llevaba el recomendado del día para no desairar y algún par de libros más elegidos al puro azar. No era una lectora selectiva en aquellas épocas y saboreaba cuanto papel con letras se me cruzaba por delante. Pasaba así de leer la colección completa de Agatha Christie a leer al ilustre Borges, a un Chesterton misterioso, al popular José Narosky, al denso Tolstoy, al semi-profeta Kahlil Gibran, al poeta de la ciencia ficción, Bradbury o a mi favorito de todos los tiempos, Herman Hesse.

También solía pasear a menudo por las librerías donde el olor a papel nuevo y el colorido de las tapas brillosas me fascinaban. Y también recuerdo en un rincón los dos cestos de metal con libros en oferta; se veían gastados, menos brillosos que sus primos de los estantes, con los lomos levemente amarillentos. Definitivamente, los patitos feos de la librería. Siempre me daba pena verlos y mas lastima me daba pensar en los escritores que habían parido estas obras relegadas al rincón. Me parecía un agravio a su esfuerzo, al cariño y fervor puesto en la tarea y a la satisfacción de la labor cumplida. Yo llevaba un par de años escribiendo cuentos (donde los protagonistas solían ser animales) y creo que en el fondo lo que tenia era un sentimiento gremialista y de protección de la especie.

Escribir ha sido un motor constante en mi vida. A veces con poca gasolina, pero siempre presente, aunque sea haciendo ruido o contaminando mi paz. Llevo ahora varios meses juntando notas, espacios e ideas en mi mente y en papel sobre temas de fertilidad que desafortunadamente he llegado a conocer en profundidad; algunos de ellos nacieron de la necesidad de aclarar mis ideas; otros generaron la creación de este blog. Pero en el fondo de todo, admito la posibilidad de juntar todas estas letras desperdigadas y transformarlas en un libro que pudiera ser útil, interesante o entretenido para alguien que este en una situación similar. Y cuando lo pienso, recuerdo con pánico la cesta de metal y aquellos libros desamparados. Como saber si hay un puñado de lectores interesados en leer lo que tengo en mi alma para escribir? El camino de infertilidad me ha zumbado varios golpes en lo mas tierno del corazón, seria capaz de resistir uno mas?

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