8 de marzo de 2007

Con algunas enfermeras, quien necesita enemigos

Hoy les quería contar lo mucho que valoro el trabajo de las enfermeras, quienes en esos vulnerables momentos en que nos encontramos atacados por agujas, cables y camilleros, pueden hacer la diferencia entre bajarte el nivel de pulsaciones o crearte un trauma de por vida. Y de cómo algunas enfermeras estarían mejor re-evaluando su carrera profesional y dedicándose a hacer contemplación artística, a ser fotógrafas de National Geographic o a meterse en cualquier otro campo en el cual sea requisito indispensable mantener la boca cerrada.

Tengo la suerte de tener un cuerpo magnifico, no necesariamente por su forma sino porque se recupera a la velocidad del rayo de cualquiera de mis ataques, que en el transcurso de mi vida han incluido temas tales como la anemia, la ingesta compulsiva de chocolate, caminatas a 4,200 metros de altitud y sucesivas estimulaciones ováricas. Así que las intervenciones médicas no dejan mucha mella en mí y la verdad que es bastante reconfortante saberlo; una se deja arrastrar por el camillero con menos sensación de “que pena que no hice mas cosas en esta vida”.

Cuando estaba saliendo de la anestesia general, una muy diligente enfermera, llamémosla E1, me ayudo a tomar agua, incorporarme y luego a poner los pies en la tierra, segundos antes de escurrirme entre sus brazos como una lombriz. E1 hábilmente me atajo en la bajada y me dio a oler un algodón con un liquido que casi hace saltar los ojos de mis orbitas; no se que era y la lengua no me funcionaba a mucha velocidad como para preguntar, pero debo reconocer que fue efectivo. Acomodada nuevamente en la camilla, el objetivo era (mientras yo sonreía levemente como si me hubiera tomado cuatro margaritas) estabilizar mi presión sanguínea que suele estar como el índice Dow Jones últimamente (para quienes no están muy duchas en la bolsa, les cuento que deprimentemente bajo). E1 se va y se hace cargo E2, a quien recibo con mi sonrisa de tequila en señal de bienvenida. No para de hablar y debe pensar que la falta de respuesta por mi parte es porque concuerdo con todo lo que dice. Lo primero que me dice es que no me mueva porque “con todo lo que te hicieron! es normal que estés con molestias y dolores”. Yo que no tenía ni lo uno ni lo otro y que pensaba que solo me habían pasado un plumero por dentro, mire con cara de espanto a mi esposo para ver que horrores me estaba ocultando. O. miro a la enfermera, me miro a mí con una sonrisa y siguió jugando con el Nintendo DS Lite, cosa que me dejo mas tranquila. Al rato insiste, queriendo sonar empatica: “solo de ver el reporte, me imagino como te debes estar sintiendo”. En respuesta, le pedí agua, cerré los ojos y me dedique a disfrutar de mi borrachera/anestesia. Después de una breve cabeceada, abrí los ojos nuevamente y allí estaba E2 con su sonrisa de compasión. “Si te duele el hombro o tenes una presión en el pecho, no te asustes, que es por el gas que te ponen. Ese gas es de lo peor”. Mmm… hombro, bien; pecho, bien. “Estas segura?” Mire, la verdad que mi única molestia me esta mirando a los ojos en estos momentos.

Cuando ya me estaban mandando a casa y mientras E2 me llevaba en silla de ruedas hacia la puerta, la muy necia la remato diciendo: “la verdad que a mi me hicieron una laparoscopia cuando me extirparon la vesícula y lo pase fatal”. Y cuando vi que comenzaba a explicarme los pormenores de sus problemas vesiculares y el pasillo era largo, tuve los suficientes reflejos para preguntarle “oiga, y como esta el día afuera? Hay sol?”

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