26 de febrero de 2009

Semana Veintiocho

Les presento a Maxi en su version 3-D



Aunque el niño pesa sólo 1.100 kg, yo llevo 11 kilos en aumento. Tampoco me veo tan ballena... ¿Dónde está el resto?

17 de febrero de 2009

Semana Veintisiete

El sábado pasado fue el Día de San Valentín. Nuestro plan era un sencillo asado en casa, para luego mirar “Nights in Rodanthe”, comiendo trufas de chocolate. Pero como dice el dicho, “si quieres escuchar a Dios reir, cuéntale tus planes”.

Por la mañana, me pareció ver una ligera mancha oscura en mis calzones. Era tan tenue que, al no estar segura, la dejé pasar. Nos fuimos a caminar un rato, la mañana estaba fresca y me vino bien estirar las piernas. A la vuelta, tenía calor y sed y me tomé como dos vasos altos de agua, de un tirón. Después de comer, apareció la segunda mancha. Esta vez sí, pequeña pero inconfundible. Llamé al servicio de emergencia de mi doc para quedarnos tranquilos y el médico de guardia me devolvió la llamada a los dos minutos. Me mandó directo a la clínica, para revisión, y para allá salimos. Eran las 3:15 de la tarde. Al llegar, nos atendió una enfermera de Manchester, muy atenta, que me acostó en una camilla y me amarró la panza con dos cintas, cuyos sensores mandaban información a una máquina que dibujaba curvas y parábolas. Me preguntó: “Tienes contracciones?” “No sé, ¿cómo es una contracción?”. Un sensor medía el corazón de Maxi y el otro, posibles contracciones. Nos dejó unos quince minutos con el sonido acuoso del corazón del bebé, mientras yo respiraba aliviada, escuchándolo. O. miraba preocupado uno de los dibujos que escupía la máquina y al entrar la enfermera, dijo: “Veo contracciones. Muchas”. Sensores de alerta de mi cerebro en modo de pánico. En los segundos siguientes tenía a un técnico haciéndome una ecografía por mi lado derecho y a la enfermera, del lado izquierdo, poniéndome suero. “A veces, con el suero es suficiente para parar las contracciones”. O., atrás de mí, me pasaba la mano por la cabeza. En nuestras miradas se leía el pensamiento compartido: “26 semanas es poco para Maxi; muy poco. Aún debe esperar un poco mas”. El técnico terminó su tarea; el bebé estaba bien, la placenta también y el cervix, apropiadamente cerrado.

Después de la primera bolsa de suero, las contracciones pararon. Cuando iba por la tercera bolsa y ya respirábamos medianamente tranquilos, llegó el médico a ver como iba y a darme el alta. Nos dijo que me había deshidratado y que las contracciones habrían roto algún minúsculo vaso sanguíneo en el cervix, que provocó las gotas oscuras que ví. Me dijo que descansara todo el fin de semana, que tomara dos litros de agua cada día y que no me preocupara, que las contracciones no habían sido muy intensas. Cuatro horas más tarde de nuestra salida de casa, estábamos regresando, agotados.

Hoy, ya tranquila y con Maxi golpeteando mi vejiga, rescato dos emociones de esta experiencia: 1.- la apreciación del delicado equilibrio que debe llevar nuestro cuerpo para mantener un embarazo saludable; aún cuando una se sienta fenomenal y 2.- ya no somos O. y yo; hay una tercera persona que, sin haber llegado a vernos, ya fomenta nuestros desvelos…


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13 de febrero de 2009

Semana Veintiseis

El martes fui a hacer mi análisis de glucosa, ya que la diabetes gestacional parece ser bastante frecuente. Me dijeron que sólo me llamaban si los resultados eran anormales y el teléfono no ha sonado, por lo que asumiremos que todo viene bien. Hubiera abandonado con tristeza el solaz que me proporcionan últimamente los dulces.

Maximiliano se mueve bastante y tengo más sueño que nunca. Me dice el doc que, a partir de la semana 28, el niño se tiene que mover por lo menos diez veces cada tres horas. Pobrecito. Que presión.

Y cambiando de tema, ¿octillizos?? Entre más datos salen a relucir del tema, más se me revuelve el estómago. No sé con quien enojarme primero: con la madre, a quien le faltan un par de tornillos, o con el tarado del médico que le transfirió seis embriones. ¿En qué universo paralelo vive este hombre, que piensa que es una idea fantástica transferir un ejército de embriones en el útero de una mujer joven y sana, que ya ha tenido cinco embarazos previos? Yo he tenido que hincar mis rodillas en el suelo para suplicar transferencias de tres embriones, aún con mis numerosos años de infertilidad, mi veteranía y mi ausencia de embarazos previos. Y dejo de lado el hecho de que es madre soltera y sin empleo ya que, quizá (y sólo quizá) el médico no deba valorar el tamaño de la familia que cada cual desea, independiente de sus circunstancias. Me indigno por el destino de esos niños y por la comunidad infértil, en general, ya que no falta quien vea en semejante necedad, una razón para pensar que los tratamientos de infertilidad son peligrosos y debieran ser limitados o de algún modo, evitados. Total, habiendo tantos niños huérfanos en el mundo “¿por qué no adopta y listo?”.


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6 de febrero de 2009

Semana Veinticinco

El domingo pasado le compramos la primera ropa a Maxi (si, ya tenemos nombre).



Estábamos mirando otra cosa, se me cruzaron por delante de la vista y no me resistí.
Fue un paso grande, muy grande. Fue darme cuenta que, en realidad, existe una persona que, muy pronto, va a estar viviendo con nosotros.

Salí de la caja con un nudo en la garganta y le pedí a O. que me abrazara. Sin entender mucho y con cara de sueño, O. accedió a mi pedido. Con lágrimas en los ojos, le dije bajito:

- Pensé que nunca iba a comprar ropa para un hijo nuestro.
- Mujer de poca fé…




¡Sólo 101 días para ver a mi polizón en persona!!


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