20 de junio de 2008

Histerosonograma


Me adelantaron la fecha del histerosonograma y me tuve que presentar esta mañana a las nueve con la vejiga llena. Lo de llevar la vejiga al máximo de su capacidad parece ser una constante en este hermoso camino de la infertilidad. Volví a aspirar el conocido olor a iodo y a sentir el frío crepuscular de una tarde de invierno en Miramar, acostada en la camilla, con mis extremidades inferiores bamboleándose en el aire.

Ya sabía lo que se venía. No sólo San Google y mis amigas virtuales me habían alertado de las maravillas del agua a presión en el útero, sino que la enfermera se preocupó por contarme en detalle cada paso del procedimiento, como si fuera relatando un partido de fútbol. Aunque sin la misma pasión.

Después de la ecografía vaginal, entró el doc. Un tipo bajito, con bigote y cara de siciliano que me saludó sonriente y presuroso. Bajaron la intensidad de la luz, me colocaron el espéculo y me pintaron de iodo. Cerré los ojos y respiré hondo así que nunca ví venir la cánula llena de agua salina. No hacía falta; el útero reemplazó a mi retina y pegó un salto gritando, como antaño, “agua vaaaa”(*). Definitivamente, no es la mejor manera de empezar la mañana, pero debo reconocer que el dolor fue ligero y efímero.

Los pasos posteriores se me desdibujan; creo que entró la cámara, a juzgar por el diálogo entre el doc y la enfermera:

- ¡Fantástico!
- Sí, ¿verdad?
- Ahí a la izquierda; maravilloso
- ¿Y así?
- Esa foto es muy buena

Con los ojos cerrados, no es el tipo de conversación que una suele escuchar por parte del ginecólogo que le tiene a una colocado un espéculo. Por otra parte, siempre supe que era muy fotogénica…



(*)expresión de aviso, adoptada en la Edad Media, para indicar a los viandantes, que desde una casa se iba a vaciar el orinal en plena calle.


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18 de junio de 2008

Hipnosis y FIV

El lunes pasado comencé con pastillas anticonceptivas y ya tenemos los boletos de avión comprados así que se puede decir que todo está en marcha. Llegaremos a Los Angeles el 23 de agosto y desde allí, nos alquilaremos un auto hasta La Jolla. Faltan esos detalles como hotel, auto y mapas, que tanto disfruto afinando y para los cuales aun tengo dos meses disponibles.

Como cambio de médico, incluímos algunas modificaciones al protocolo, cosa que siempre me alegra el día. Además de las consabidas inyecciones, que incluirán la Santa Heparina para mis anticuerpos anticardiolipinas, tendremos una muy alta dosis de ácido fólico (para la homocisteina/MTHFR) y prednisona (quién sabe para qué).

Otra innovación por parte de quien suscribe surgió la semana pasada, charlando amigablemente con una psicóloga cuya hija tiene, según sus palabras, “un niño de heparina”. Me preguntó si estaría abierta a considerar hipnosis para mejorar las probabilidades de éxito en el tratamiento y ante los ojos divertidos de O., le dije que sí. Por supuesto que estoy abierta. Durante todos estos años he ido logrando tener mi sistema reproductivo abierto, la barriga abierta, la boca abierta y el corazón abierto, no necesariamente en ese orden. ¿Por qué no habría de tener abierto también mi subconsciente? A mí me suena como el paso mas lógico.

Me dijo la doc que sus palabras pueden ayudan a visualizar un resultado ideal y a la vez, expulsar obstáculos subconscientes al embarazo. Alguna gente recuerda posteriormente la sesión, otra no, pero en cualquier caso, los resultados son los mismos. También ha aplicado técnicas similares con el dolor en el parto, con resultados, según ella, sorprendentes.

No hay mucha información en español sobre el tema pero esta página me resultó de lo más interesante y destaco la frase “cuanto más tiempo una pareja ha estado intentando concebir, le es menos probable concebir tanto espontáneamente como con ayuda técnica". Cuanta verdad en tan pocas letras.

Si a todos esos beneficios le añado que sus visitas están cubiertas por mi seguro médico, estoy en la gloria. De más esta decir que tengo un turno con ella para comenzar sesiones el día 23 de junio. Me pregunto si seré capaz de dejarme llevar…



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13 de junio de 2008

Un mundo sin razas

Estaba a punto de pasar un tupido velo al tema que ocupó los tres últimos posts pero, como siempre, la vida se interpone y nos da letra. Solo hay que estar mínimamente atentos.

Esta mañana me levanté con el ojo izquierdo completamente rojo. Descarto la posibilidad de que O. me haya dado un sopapo por la noche porque, aunque siempre se puede aprovechar del hecho de que tengo sueño de oso en pleno período de hibernación, creo que me tiene un cierto aprecio. Como ya es la tercera vez que me pasa en el último mes, decidí ir al oculista.

Después de descartar alergias y problemas de presión, el doc me preguntó, mientras me dilataba las pupilas: “¿Estás tomando algún tipo de anticoagulante?”. Sonreí, suspiré profundo y pensé que la infertilidad ya empezaba a explotarme por todos los ángulos de mi vida.

- Sí, aspirina de bebé, vitamina E y recientemente, Lovenox.
- ¿Lovenox?
- Es un anticoagulante; heparina de bajo peso molecular.
- Ahá… - con la mandíbula semi-abierta y apuntándome con una luz azul intensa en el ojo - ¿y eso por qué?
- Porque estaba haciendo un tratamiento de fertilidad – dije, mientras el lagrimón me caía por la mejilla, más que por el recuerdo del resultado del mismo, por la fastidiosa luz que no dejaba de achicharrarme la pupila.
- ¡Oh! – apartando la silla, para mirarme bien – parece que últimamente todo el mundo está en eso. Los hijos de unos amigos acaban de tener mellizos por medio de un tratamiento y están felices.
- Me imagino, –sonrisa forzada- yo también lo estaría.
- Mi sobrina no tuvo suerte y acaban de adoptar dos niños encantadores. Así como me ves – pelo blanco y cara de gringo- ¡Tengo dos sobrinos de ascendencia coreana!

Realmente, las infértiles estamos cambiando el mundo…
¿O fue Angelina la que empezó?


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10 de junio de 2008

Ser o no ser, la eterna duda

Agradezco el pedacito de sabiduría de cada una de ustedes. Absorbo como esponja las historias de quienes pasaron por un proceso de adopción. Las opiniones de quienes no han vivido infertilidad ni adopción no puedo de dejar de pasarlas por un tamiz. Finito como el de la pulpa de la naranja. Frunzo el ceño, levanto la ceja izquierda, en un gesto muy mío, y recibo el comentario con un sabor agrio en la boca, producto de mi corazón retorcido. No deja de asombrarme la facilidad con la que aquellos que tienen su progenie en casa y a buen resguardo, aconsejan la adopción para los demás. Borrando de un plumazo todo mi derecho al pataleo, a tener miedo, a llorar mi luto por los hijos nunca abrazados. Si total es lo mismo.

Tampoco me sirve el argumento de que la adopción es la ecuación perfecta: madre sin hijo se acopla perfectamente a hijo sin madre. Madre sin hijos tiene muchas alternativas e hijo sin madre puede ser adoptado por madre con o sin hijos. En el horóscopo chino soy serpiente de metal. Me dijeron lo que saben de esas cosas que mi lengua corta más rápido que el acero. Como además soy genéticamente tozuda, sólo basta que me quieran llevar de las riendas para la derecha para que tranque el paso y gire hacia el lado contrario. Como los burros. Alguna vez, alguien se atrevió a insinuar de forma algo insistente, para mi gusto, que tendría que considerar la adopción como una alternativa y todo lo que consiguió de mí fue un “o sea que, encima que no puedo tener hijos, ¿tengo que criar los de los demás?”. La cara que se le quedo fue de póster. Casi llevo mi cámara para perpetuar el momento. Lo sé, la respuesta correcta es “no son hijos de otros, sino hijos de nadie…”. Pero algunas veces hay que poner los puntos sobre las íes y otras veces hay que añadir también las diéresis.

Aún tengo muchas dudas sobre el tema pero estoy empezando a pensar que quizá, posiblemente, sea un escenario potencialmente satisfactorio. Descarto la adopción doméstica porque se lleva demasiado bien con todos mis miedos pero miro con curiosidad la adopción internacional. Procesos breves, trato inexistente con la mujer que los trae al mundo, adopción definitiva. Sé que en el fondo de mi encrespado corazón, aceptar la adopción hoy sería conformarme, elegir el menos malo de los mundos. Pero sospecho que puedo sentir de otra manera, si el tipo de adopción hace que pueda espantar mis recelos. Por lo pronto, tengo como cinco folletos de distintas agencias (compañías privadas sin fines de lucro) que se dedican a la adopción de niños rusos… Ahí están, nuevitos, sin estrenarse, guiñándome el ojo desde arriba de mi mesa ratona.

Para aquellas que han decidido adoptar, ¿lo han hecho a pesar de las vacilaciones? ¿O es que nunca tuvieron reparos? ¿Cómo se hace para seguir caminando de la mano de las dudas?


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4 de junio de 2008

Oda a los Miedos

Como es habitual, los comentarios que me dejan siempre me hacen pensar. Gracias.

Mi respuesta a la pregunta número 2 es exceso de Miedo.

Pero eso no basta; necesito conocer a mi enemigo, si quiero combatirlo. Miedo a lo desconocido no es suficiente, es demasiado genérico; pero pedirle el documento de identidad a los Miedos no es tarea fácil. A ver si logro pensar en voz alta con algún tipo de coherencia. Permítanme la honestidad de hablar acerca del lado oscuro de mi corazón sin tener miedo a morir apedreada.

Curiosamente, el miedo a la maternidad (“¿me querrá?”, “¿podré entenderlo?”, “¿sabré poner límites?””) que algunas de ustedes mencionaron, no está en mi lista. Y no porque crea que voy a ser la réplica de Caroline Ingalls sino porque son miedos lejanos. Es como gastarse el premio de la lotería, antes de comprar el boleto. Además, son miedos comunes con la maternidad biológica y como dice siempre mi padre, “si tantos tontos lo hacen, ¿por qué no lo voy a poder hacer yo?”

Me da miedo el tema de salud; los factores hereditarios que una nunca alcanzará a conocer hasta tener el problema delante de las narices. En casa, una sabe, poco más o menos, con lo que se enfrenta o con lo que le puede llover. Si el chico aprende a jugar al póker por dinero a los diez años o frunce la nariz frente a la comida recalentada, sale al padre. Si está en el cuadro de honor del colegio a los cinco años, es que sale, obviamente, a la madre. Sé que nunca hay garantías de nada, pero aceptar tantas incógnitas me crea ansiedad.

No me asusta la falta de amor. Estoy convencida de poder querer a un niño; a cualquier niño. Bueno, casi cualquiera… (tengo dos o tres en mente, con los cuales tendría que hacer un esfuerzo). Pero me pregunto si ese tipo de amor es el mismo que el que una madre tiene por su hijo y que comienza desde el día en que sale la doble rayita en el pipitest. El “bonding” del que hablaba Majito. ¿Puedo amar a mi hijo sabiendo que viene en camino desde un útero ajeno, aún antes de conocerlo? ¿Puedo estar convencida de que ése es MI hijo; y que sólo por razones del destino, vino a parar a mis brazos después del parto?

Otro factor que me eriza los pelos de la nuca es que la adopción, a diferencia del parto, viene de una historia de dolor, que se lleva de por vida, aunque tenga un final feliz. La historia de infortunios de la madre biológica, las adversidades que la llevan a abandonar a su hijo; mi dolor a la pérdida de la conexión genética y mi escasa habilidad de llevar a cabo una de las funciones que, si bien no me define como mujer, es inherente al género; el dolor del hijo rechazado al nacer. Sé que el sufrimiento y la pérdida son parte de la condición humana pero habiendo pasado por tanto dolor, durante tanto tiempo, me pregunto cuánto más de la misma dosis estoy dispuesta a tolerar.

Y eso me lleva a la Madre de todos los Miedos (que nadie mencionó, por lo que debe ser un fantasma de mi alma egocéntrica): la idea de tener un hijo “compartido”. En este país, las adopciones tienden a ser cada día mas abiertas. Los potenciales padres adoptantes tienen que competir entre sí para ganarse los favores de la madre biológica, quien normalmente elige con quien dejar a su hijo. Los lazos no terminan en el nacimiento y dicen quienes saben, que una relación adulta y armoniosa entre las tres partes involucradas, resulta en beneficio de la criatura. Me parece fantástico en los libros de psicología infantil, pero me pregunto diez veces por día si no seré yo quien termine en el diván. Sé que pareciera una reacción infantil pero si mi hijo siente que tiene dos madres, ¿cómo hago para levantarle el dedo índice y decirle “te lo digo yo, que soy tu madre”?

No tengo las respuestas todavía y los cabos siguen sueltos. Si bien pudiera pensarse que esta alternativa es la más práctica, a esta altura de las circunstancias, el corazón es más que una lista de pros y contras. La búsqueda, sin embargo, con paciencia y sin presiones, no es la parte más desagradable de este camino…



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