29 de abril de 2008

Estoy empalagada de médicos

Algunos me preguntan cómo estoy. Estoy empezando a hartarme de médicos, negativos y betas. O. seguiría haciendo tratamientos hasta que se encontrara con San Pedro y le dijera “tranquilo, bobby, tranquilo”, con música de Juan Luis Guerra (*). Y no tiene nada que ver con que las inyecciones me las pongo yo, porque una aguja más o menos me importa tres pepinos. Es un tema emocional, holístico y de hastío generalizado.

Hay días en que mi nivel de irritación con el tema es tan grande, que la propia idea de tener hijos me fastidia. Sé que es el cuento de la Zorra y las Uvas de nuevo, pero es sabido que cada cual cuenta la fiesta según le va en ella.

Por otra parte, está el tema monetario. Entiendo cuando O. me dice que somos muy afortunados de poder pagar cada tratamiento y si bien es cierto, también lo es que para hacerlo, debemos ser frugales en otros temas y no ahorrar ni un puto maravedí. Hace años el tema del ahorro era un concepto extraño y limitado a ser escuchado en boca de gente de la edad de mis padres; pasé un par de décadas maravillosas gastando todo lo que ganaba en moda; en recorrer la mitad del mundo; cenar en restaurantes famosos o haciendo cursos de danza. Habiendo llegado a la mitad de mi vida, declaro sin pudor que, si voy a ser una vieja sin hijos, quiero ser una vieja con plata. Nada me horroriza mas que la imagen de una anciana Dana, con las raíces del pelo blancas, los zapatos pelados en la punta y la ropa con bolillitas, haciendo cola para cobrar la jubilación. Prefiero verme del brazo de O. con un pareo blanco, una piña colada en la mano y como diría Serrat “la boca abierta al calor, como lagartos / medio ocultos tras un sombrero de esparto”…

Así que, hijos míos, la ventana de oportunidad para llegar a este mundo a través de nuestro hogar, esta próxima a cerrarse. Quien dice cercana, dice tal vez, un año. Entiendo que quizá la idea de aguantar regularmente a una madre organizadora y un padre perfeccionista no sea la más atrayente, pero creo que, comparados con madre borracha y/o padre terrorista, salimos ganando. O no; ya no entiendo muy bien el orden de prioridades que tiene la vida.


(*) “El Niágara en Bicicleta”

PD: gracias a Beetle por tan bonito post.


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25 de abril de 2008

The Juror (última parte)

Finalmente, nos hicieron entrar a la sala donde nos esperaba la jueza, el inculpado y los abogados de las partes. El lugar era parecido a como se ve en las películas, pero bastante más pequeño de lo que imaginaba. La jueza en lo alto del estrado; del lado izquierdo se encontraban el abogado del acusado y el propio acusado, vestido con camisa hawaiana de color verde loro; y un poco mas adelante, los abogados del estado (fiscales). A nosotros nos acomodaron en fila en las sillas del jurado, mientras la jueza nos daba la bienvenida. Nos explicó minuciosamente, pero sin pausa, los detalles del supuesto delito de intento de robo (el fulano, aparentemente, había empezado a sacarle los tornillos a la ventana de una casa hasta que lo cachó la policía) y prosiguió con una explicación detallada del procedimiento penal. Volaban palabras y definiciones técnicas, como “duda razonable”, “elementos del delito”, “presunción de inocencia” y yo veía como las caras en blanco de la mayoría de los supuestos jurados denotaba que se habían quedado en el aire, unas veinte paginas atrás. Para matar el aburrimiento, intentaba recordar los apellidos de mis profesores de derecho penal y procesal, pero la memoria me quedaba tan en blanco como el rostro de mis compañeros de banco. Merde. ¿Serán los años?

Con el sonido de la voz de la jueza como cortina musical, miraba con atención al acusado y a los abogados. Y pensaba que quien opina que la belleza no abre puertas y consigue mas rápidamente sus objetivos, miente como cochino o se engaña a sí mismo. Mientras que el acusado, con su cabeza rapada y su gesto sombrío, bajo pero fornido, asustaba hasta a su propio abogado (quien, por otra parte, lucia un traje barato que le colgaba de atrás); los abogados del estado parecían modelos. El letrado líder tenía un asombroso parecido a Dylan McDermott (“The Practice”) y ella era una rubia de más de un metro ochenta, que me hacía acordar a Nikita. Como en las películas los buenos son siempre los lindos, yo ya había sentenciado al morrudo en la primera mirada. Y esa es una de las razones por las cuales, los cristianos de a pie no debemos nunca involucrarnos cuando están de por medio la vida o la libertad de las personas.

Eramos treinta despistados y solo debían quedar siete, así que comenzó el interrogatorio de ambos abogados para descubrir que había detrás de nuestras miradas confusas. O al menos, decantarse por los menos desconcertados o simplemente, los que tenían más resistencia al sueño. Era un concurso de belleza en el que nadie quería ser reina. El juicio se pensaba extender por tres días más, así que los potenciales jurados hacían lo posible por quedar descalificados en el proceso; “yo no entiendo inglés”, “me duele la pata izquierda”, “soy diabética”, “mi religión me lo prohíbe”, “no tengo trabajo”. Los abogados preguntaban sobre la credibilidad de la policía, las veces que habíamos sido víctimas de delitos, la función de los testigos, la factibilidad de diferenciar hechos de opiniones o prueba directa de prueba circunstancial.

Cuando yo les dije que respetaba a la policía de este país y que tenía un buen concepto de ella (un respeto cercano al temor, pero no hay que entrar tampoco en detalles), me saqué de encima al abogado de la defensa, que se retorció en su silla como si le hubieran dado calambres. Cuando el abogado del estado preguntó si pensábamos que estábamos perdiendo el tiempo y si creíamos que los juicios no debieran tener jurados, como en Europa, levanté la mano con gusto. Estoy convencida que un delito no puede ser juzgado por sentido común, que era lo que nos estaban pidiendo. Para empezar, hay gente que no tiene ninguno; hay otros que tienen conceptos diferentes del mismo y lo que es peor, el sentido común nos lleva, muchas veces, a conclusiones erróneas, como pensar que el horizonte es una línea recta. A eso le añadimos que los abogados tardan años en estudiar, dominar e interpretar conceptos complejos como “duda razonable”; es, por lo tanto, a todas luces inconcebible que se pretenda que un lego aprenda a dominar esos conceptos en apenas treinta minutos de charla, a última hora de un día cansado y aburrido. Para rematar, los jurados son normalmente impresionables, ya que están fuera de su elemento natural y ninguno de nosotros puede tener la suficiente experiencia para poder juzgar el carácter de un testigo, saber si miente, si esconde, si exagera; excepto siendo juez o psicólogo. Se lo dije en una versión más resumida, pero creo que ese fue el golpe de gracia para quitarme de encima a ambos abogados e incluso hasta la jueza, quien me miraba con el ceño fruncido.

Nos hicieron salir al terminar el interrogatorio, mientras los abogados se tiraban de las greñas para elegir los mejores candidatos para su equipo. A nuestro regreso a la sala, la jueza se limitó a nombrar rápidamente a los siete elegidos y los demás fuimos despachados con un agradecimiento. Miré hacia atrás mientras salía y ví cómo se iban acomodando los flamantes jurados. Todos serios, cansados; entre ellos, un niño de dieciocho años que aún no había votado nunca, ni tenía carnet de conducir ni, por ley, está autorizado a tomarse una simple cerveza. Me dió pena el morrudo y pensé que nunca quisiera estar sentada en el banco de los acusados.



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The Juror (parte I)

Demi Moore se veía fantástica en aquella película “The Juror” de hace unos años pero la realidad es bastante menos hollywoodesca y, la verdad, que por más que miré, a Alec Baldwin no lo ví por ningún lado.

Todo ciudadano de los Estados Unidos, mayor de 18 años, tiene la obligación de ser jurado, cuando así se lo requiera la justicia. Eso no quiere decir que la gente dé saltos de alegría cuando le llega la citación, sino que más bien, llega a tribunales pateando piedritas de descontento y frustración. No solo hay que aguantar la pesada espera sino que, además, la tarea requiere una inversión inicial no reembolsable de los gastos de estacionamiento y comidas. Yo no era la excepción y ahí llegue, con la almohada pegada a mi cachete, a la hora intempestiva de las ocho de la madrugada, a pasar las estrictas medidas de seguridad del edificio (dígase de un morocho medio dormido, diciéndole piropos a la chica de la limpieza; mirando para cualquier lado, menos al monitor del escáner).

Seríamos algo más de cien personas sentadas en una sala de espera engalanada en el mismo estilo deprimente que usan los decoradores de edificios públicos alrededor del mundo. Paredes grises, sillas con asientos rosas y auténtico olor a humedad. Varios televisores y un pequeño barcito se empeñaban en entretenernos, pero yo me calcé mi Ipod, saqué mi novela y me acomodé lo mejor posible para amainar la espera. Cada cierto tiempo, entraba un oficial del juzgado a llevarse veinte o treinta personas, a las que asignaba un juez y una sala. Desparecían y nunca más los volvíamos a ver; era como el cuento de los diez indiecitos. A las cuatro de la tarde, hartura mediante, quedábamos pocos; nos mirábamos las caras ya con cierto aire de complicidad, mirando el reloj y pensando alegremente que el destino nos había saltado en el conteo. Minutos más tarde, un oficial del cuarto piso vino a buscar treinta personas y allí estaba yo, número uno.

La bajada al cuarto piso, donde se ventilan casos penales, fue un cambio de aire interesante. Las paredes seguían siendo grises y la alfombra rosada (que manía con el rosa) pero la gente era variopinta y multicolor. Delante de mí, en el medio del pasillo, suspiraba nervioso un hombre de unos cuarenta años, quien, en un intento por parecer respetable (imagino que ante el juez), se había revestido de traje negro con rayas blancas, el que, sumado a la gomina y la colita; la cadena de oro en el pecho y la chiva diminuta en forma de “U” que le rodeaba la mandíbula, le daba un aspecto de “padrino” caribeño. Estaba rodeado de hombres que lo abrazaban y con los que se apretaban ruidosamente las manos. El conjunto lucía de colores verdes, corbatas con flamencos, oro, zapatos puntudos, chivitas multiformes y ese moreno que nada tiene que ver con el color original de la piel sino con el exceso de sol, de una vida al aire libre.


(continuará...)

22 de abril de 2008

Un fin de semana en paz


No puedo creer que tenemos este lugar a cuarenta minutos de casa y nunca vamos. ¡Y es gratis!

El domingo lo dedicamos a descansar, tomar sol y disfrutar de nosotros.

Nos vino bien para calentar el corazón y reponer fuerzas.







Sigo teniendo un aguijón clavado en el pecho y ya sé que no se va a quitar pero, por lo menos, cada día duele menos. Respiro hondo. Ommm...

18 de abril de 2008

¿Vamos a reirnos?

No me gusta llorar. La gente que me conoce sabe que a mi me gusta reir mucho y en voz alta. Tengo la risa floja y me vino en los genes, junto con las uñas largas y los dientes torcidos. Sólo lloro cuando es estrictamente necesario. Llorar es como tomar alcohol; en pequeñas dosis, puede ser relajante pero a la tercera copa de tequila quedás toda mareada y con las piernas flojas. El día siguiente es aún peor, porque te duele la cabeza, tenés los ojos hinchados y el ánimo por los suelos. Tanto más aguda es la resaca, cuanto mayor haya sido la ingesta etílica o más larga haya sido la gimoteada.

Así que hoy, mientras mi cuerpo y mi alma van juntando los pedacitos desparramados, busco la sonrisa como los niños buscan la Coca-Cola, con lujuria en los ojos e impaciencia en el corazón.

Y en ese ejercicio me encontraba, cuando me topé con esta joya: “Manual de mujeres en el cual se contienen muchas y diversas recetas muy buenas”. Según la editora, “Tratado práctico de las actividades de las mujeres de alto rango en el ámbito familiar, esta obra contiene numerosas recetas de medicina, cocina y cosmética que constituyen una sólida aportación a los estudios sobre la condición femenina en la historia, especialmente en lo que se refiere a la vida cotidiana y la imagen del cuerpo en los siglos XV y XVI.”. La abundancia de ingredientes desconocidos en la actualidad es curiosa “para una onza de solimán tomad dos ochavas de azogue”, “una cuarta de encienso, y otra de almástiga, y una balausta” y me pregunto donde comprarían estas cogotudas damas la “sangre de dragón”, necesaria como agua de rostro. Pero lo más interesante es la heterogeneidad del manual, que sirve tanto para soldar vidrio, como para curar muelas o para hacer tortas de pechugas de gallinas. Desde luego, mujeres hacendosas eran las de antes.

Por lo pronto, estoy preparando esta receta, que tanta falta me hace:

Para la flaqueza del corazón

Tomad una gallina y matadla. Y luego como la matéis, desolladla, y tiradle todo lo graso, y hacedla pedazos. Y ponedla en una alquitara de vidrio. Y poned con ella cuatro adarmes de nuez moscada, y otros cuatro de canela y de clavos y jengibre cada dos adarmes. Todas estas especias molidas. Y tapad la alquitara con masa, y ponedla al fuego. Y sacad el agua de ella hasta que se espese. Y como se espese, quitar el receptáculo. Y dad esta agua al que estuviere enfermo y sanará.


Gallina no voy a conseguir (y mucho menos la quiero ver viva, rayando mis pisos de madera con sus patas mugrientas), pero tengo un pollo desollado y despedazado en el freezer, orgánico y bien limpito, que seguro será lo mismo, ¿no?


PD: se aceptan hoy historias cómicas; serán admitidas anécdotas, cuentos de Jaimito, chistes tontos, cortos, largos, historias de Landrisina, canciones de Les Luthiers, noticias insólitas, posts irónicos, cuentos verdes, rojos, blancos. Chistes racistas y humor negro no son bienvenidos y serán castigados apropiadamente con el botón de “delete”.


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16 de abril de 2008

Mis expectativas eran bajas… hasta que vi esos hermosos embriones en la pantalla

Lloré hasta que me dolieron las pestañas; abracé a O. hasta que se me entumecieron los dedos; y sus costillas. Y la misma tarde del negativo llamé a tres clínicas. Me pregunto ahora por qué. Me pregunto si es aún el deseo perentorio de quedar embarazada o la rabieta de una estudiante a la que le fue mal en un exámen, y piensa probarles a todos que ella puede hacerlo mejor, estudiar más, ser más aplicada y sacarse un diez.

Odio al destino que me obliga a hacer cosas que detesto como llorar, ponerme inyecciones o tener paciencia.

El tiempo es traidor. No sólo nos aparece con una arruga de regalo en el momento más inesperado, sino que licua los recuerdos y amaina las emociones. Aquella garra; esa determinación de no aceptar un no por respuesta, ya no está ahí. Y es que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. El viernes le decía a O., con la cabeza apoyada en su regazo y los ojos cerrados:

- Quiero que todo esto se acabe. Me da igual cómo, sólo quiero que se acabe de una vez.
- Pero dale… si ya tenemos otra vez un plan a seguir (haciendo referencia a las nuevas clínicas con las que hablé; pobre ángel, sabe que yo necesito siempre un “plan” para mantener el equilibrio en la vida)

El problema es que ningún plan funciona para parar el dolor. Aún si decidiéramos no hacer más tratamientos, aún queda asumir la decisión de vivir sin hijos. Dolor. O la de adoptar, cuando toda mi piel se rebela. Dolor. Visto lo visto, sigamos con los tratamientos hasta que el dolor de seguir sea mayor que el de parar. Nunca lo hubiera creído, pero cada vez estoy más cerca de ese punto.


PD: mirando mi blog hacia atrás, hace exactamente un año, un 17 de abril, recibía el negativo de mi sexto FIV; y escribía algo que hoy sigue teniendo la misma validez “Y no hay ninguna razón por la cual tengamos que estar metidos en este chiquero; ni “todas las cosas suceden por algo”, ni “será el designio de Dios”, ni “me tengo que dejar llevar por el Universo”. Estas cosas suceden porque a veces una va caminando por la calle y se encuentra un billete y otras muchas, sin darnos cuenta, pisamos mierda.”.

PD2: Casi tan horribles son esas frases como las de aquellas que, quedando embarazadas en su segunda IA, dicen “¿vieron que se puede? Tengan paciencia que a todas, al final, les llega…”. No, mi niña, algunas mujeres nunca van a tener tu suerte y la paciencia, de poco sirve.



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11 de abril de 2008

Negativo

Como siempre. Estoy tan cansada de luchar contra leones invisibles...
Al final, siempre se levanta el emperador en el coliseo, alza su brazo derecho y señala el suelo con su pulgar.
Esperaba este resultado desde ayer asi que ya llevo unas horas llorando, para adelantar tiempo. Curiosamente, y en contra de mi naturaleza, tengo mas tristeza que rabia.
Estoy muy cansada...


PD: se que tengo memes y premios dando alguna vuelta por ahi y agradezco infinitamente que se acuerden de mi, pero voy a declinar por el momento; he estado algo enfrascada ultimamente y no tengo la cabeza para pensar...

8 de abril de 2008

La ansiedad se disfraza de hambre

Tengo una pila de síntomas que creo se ajustan a un posible embarazo, aunque también puede ser Mal de Chagas o Fiebre Amarilla: sueño, dolor de cabeza, apatía, acidez estomacal, inflamación, hambre y constipación. En el fondo, la parte lógica de mi cerebro me dice que todos esos síntomas se deben a la progesterona o a las altas dosis de estrógeno con que me desayuno. La parte emocional, por otro lado, está hecha un buñuelo y prefiere no opinar.

Hoy fui a ver a mi hematólogo. Cada vez me cae mejor. Es inteligente, nunca está apurado y me escucha sin interrumpir, que es más de lo que puedo decir de la mayoría de mis interlocutores. No deja de divertirse un poco con mis historias de inyecciones, aeropuertos y médicos de distintas nacionalidades. Me sacaron sangre, entre otras cosas, para ver si el Lovenox (clexane) no me había hecho bajar los glóbulos rojos, efecto secundario frecuente de la heparina. Resulta que todos los niveles son los correctos, o sea que estoy hecha un toro. Y a la vez una vaca, a juzgar por lo que estoy comiendo. Digamos que una especie de hermafrodita de la raza vacuna. La presion arterial estaba algo baja: la máxima no llegaba a nueve, lo que clarifica el tema del sueño y el decaimiento general.

El doc me dijo que me tiene en sus oraciones y que si estoy embarazada, lo vuelva a ver en un mes. Si la BB (bendita beta) sale negativa, debo suspender la medicación y volver en dos semanas. Al salir, le dijo a la enfermera que me diera un turno para el 9 de mayo… Casi lloro por el gesto.

Antes de regresar a la oficina, estuve buscando laboratorios que me puedan dar el resultado de la beta antes de veinticuatro horas, que es lo que tarda mi ginecólogo. Tengo uno medio apalabrado, pero vamos a ver si cumple. Mis sospechas se derivan de que la gente del laboratorio se comportaba de forma algo extraña; me pidieron hablar en voz baja, pagar en efectivo, en billetes pequeños de numeración no correlativa y presentarme a las dos de la matina, sin policía. Me pregunto si me habré metido en el laboratorio correcto.

La beta será en algún momento de esta semana.


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2 de abril de 2008

Estoy en el ojo de un huracan

En Miami, una de nuestras mejores especialidades no son las playas, ni el Art Deco, ni el café cubano, sino los huracanes. Pasan poco más o menos cada veinte años pero, no solo tenemos toda una industria montada alrededor de ellos (cortinas metálicas, vidrios de alto impacto, radios a prueba de agua o linternas sin pilas), sino que cada habitante de la ciudad que lleva ya un tiempito de residencia local se va, de a poco, transformando en experto en el tema.

Las horas que anteceden la llegada de un huracán son, frecuentemente, lo contrario al viejo adagio de “la calma que precede a la tormenta”. Esta es, mas o menos, la escena: hordas de consumidores peleándose, con los ojos salidos de los cuencos, por la ultima botella de agua en el supermercado; llamadas a la compañía aseguradora, quien además de quedarse con un riñón cada año al renovar la póliza, nunca contesta el teléfono; corridas a ultimo momento a la ferretería; instalación de cortinas para huracanes en cada orificio de la casa, hasta que los dedos sangran de poner tuercas; rastreo intenso de documentos importantes, tales como el certificado de matrimonio o la receta del pato a la naranja de la abuela, para meter en bolsas impermeables; búsqueda desesperada de pilas, que siempre resultan ser del tamaño que una no necesita (en mi despensa, guardo una caja de pilas que podría alimentar, fácilmente, el generador de Itaipu, en caso de sequía); finalmente, recuento de comida, bebida, licor, niños y perros, a fin de evitar que ninguno de ellos quede fuera de la casa. Cuando comienza a llegar el huracán, una ya se puede relajar un poco.

Estoy convencida que las FIV se parecen mas a los huracanes que a las tan mentadas montanas rusas. Antes de la transferencia de embriones, todo es ajetreo; inyecciones, medicinas, ultrasonidos, médicos, análisis, ecógrafos, enfermeras, sicólogos, aprendices de brujos, obras sociales, farmacias, salas de espera, biólogos, probetas, óvulos y espermas. Cuando llega el momento mas importante, hacia el cual todo lo demás solo es una preparación, que es la transferencia de embriones, una esta tan cansada que podría dormir arriba de un clavo ardiendo.

Luego viene el centro del huracán; la calma. El huracán es un círculo concéntrico con un agujero en el medio. Las fuerzas centrifugas y ciertos cambios de presión impiden a los vientos entrar en el centro del huracán, por lo que se producen ciertas horas de paz que no pueden nunca ser confundidas con el final de la tormenta, ya que aun queda la mitad del problema por pasar. El ojo del huracán es la beta-espera. Las dos semanas de expectación son un eclipse; una habitación oscura donde nada se sabe, nada se ve y no queda más remedio que cerrar los ojos.

Finalmente, en la antesala de los nuevos vientos, llega nuevamente el doc y luego, la famosa beta, para bien o para mal, cargando su bullicio de emociones.

El mundo medico ha avanzado mucho en el tema de la infertilidad en los últimos diez años, sin embargo la implantación sigue siendo un enigma. Estoy convencida que ese es el gran reto para los próximos diez.

Dadas las condiciones actuales, aquí sigo en tinieblas, queriendo mirar para adentro pero escasa de telescopio, asi que mejor preparo la valija para irme, feliz, a casa.


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