17 de septiembre de 2007

Busco un spray para monstruos

Estoy leyendo “Cartas a un joven novelista” de Vargas Llosa. Está bien escrito, aunque es demasiado genérico y se parece un poco al que fue escrito sobre poesía por Rainer María Rilke.

Hay algunos días en los que hay más humedad que en otros; algunos días más densos, con más nubes, con menos luces. Hoy me da vueltas por la cabeza la parte del libro que dice: “…en eso consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos en la medida de sus fuerzas…”. Cuando lo leí, pensé que en eso debe consistir la propia autenticidad, incluso aunque nunca seamos capaces de poner una letra delante de otra.

Que lo tiró, si es difícil aceptar los propios demonios. Para empezar, hay que saber cuáles son. Tenemos demonios que vienen de afuera y que traen unas greñas de lo más variopintas; algunos miran con el ceño fruncido y se parecen al jefe; otros miran con ojos tristes y siempre tienen algo sombrío que decir, como “no me digas que te compraste una computadora Sony; si son de lo peor”; o “mañana se te acaban las vacaciones, ¿no?”; pero los peores son los que parecen ángeles, te toman del hombro, te dicen que admiran tu sentido del humor y te acercan dulcemente al acantilado.

Luego tenemos los demonios que vienen de adentro. Esos suelen ser más poderosos. Son ágiles, se cambian de equipo en la mitad del partido y les da igual si meten goles a favor o en contra. Al final del juego se acurrucan en un rincón del corazón la envidia, el miedo a la vejez, el afán de competencia con los hermanos, los sueños no cumplidos, las lágrimas no derramadas, los amores quebrados y los hijos por venir.

Vivimos gran parte de nuestra vida espantándolos y haciendo como que no los vemos. Aunque se vistan de color turquesa y bailen delante de nuestra pantalla con globos de colores, optamos por ignorar su existencia. No tengo miedo; voy a ser una buena madre; no soy vieja y no me duele el corazón cuando veo una cuna.

Y ahora resulta que no sólo debo abrazarlos, escucharlos, aceptarlos como son, con sus sonrisas retorcidas y sus malos modales a la mesa, sino que además debo servirlos en la medida de mis fuerzas. Tarea ímproba la que se nos impone. En este laborioso camino, las fuerzas cada vez son menos y los desafíos mas grandes.

Dicen que la recompensa es grande; dicen que cuando una es auténtica, el mundo resulta más fácil; dicen que si besamos a nuestros sapos, se convierten en príncipes. Dicen. Los Otros. Los Fértiles.



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5 comentarios:

Niurka Dreke dijo...

Ay Dana, no se que decirte, solo que si tenemos que aprender a convivir con ellos, porque estan ahi, aunque hagamos que no los vemos,y servirlos tambien como no, no lo habia pensado asi, pero es que son casi familia, son nosotros mismos.

Anónimo dijo...

todo lo que transmitis y...sobre todo cómo lo haces...¡Es maravilloso!
Te invito a que sigas espantándolos escribiendo como lo haces...
Un besote!
deyanira

elektrocrash dijo...

Dana! leerte es exquisito, como siempre.

Hay que hacer que esos miedos nos teman a nosotros, y no al revés!

un beso grande
Fede

Carolinita dijo...

Dana..están, siempre están, pero nosotras somos quienes debemos manejarlos y no dejarnos persuadir por ellos ..aunque desde nuestro interior nos guardemos el secreto de no resultar para nada sencillo.

un abrazo

Dana dijo...

gracias, amigos, por ser tan generosos. Supongo que quien no tiene los monstruos de la infertilidad, tiene otros, de otros colores, no?

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