23 de octubre de 2009

Morfeo se pelea con mi niño


¿Vieron como a algunos niños hay que hacerles todo un show para que coman? Hay que decirles que la cuchara es un avión y que va a aterrizar en la boca, mientras la madre hace toda una bajada en picada de la supuesta aeronave y hace sonidos con su boca que quieren asemejar a un motor descangayado. Maxi se opone totalmente a tal despliegue histriónico. La primera vez que lo intentó Sabrina, su niñera, casi le muerde la mano. Salvó los dedos porque Maxi aún no tiene dientes. El gordito piensa que si hay que hacer un avión, que sea un bombardero: rápido, eficiente y que descarga con facilidad.

Le encanta comer y, pasada la fruncida de ceño de rigor, el día que introduzco una verdura nueva, quiere comer lo más rápidamente posible. Entre Sabrina y yo le hacemos todas las comidas caseras, básicamente verduras orgánicas hervidas al vapor (para que conserven todos los nutrientes) y luego trituradas sin piedad. Hasta ahora, no nos ha rechazado nada, lo que claramente indica que sale a su madre y no a su padre.

Pero no quería hablar de comidas sino de dormidas. A Maxi siempre le ha costado dormirse y tiene el sueño tan ligero que, aunque a veces se duerma con rapidez, se despierta al poco rato, inquieto y pataleando. En eso sale, definitivamente, al padre. He dormido siempre a mi hijo en brazos. La teoría de libro dice que el niño debe ponerse en la cuna adormilado pero despierto, cosa que nunca he sido capaz de hacer, ni siquiera de recién nacido. En el momento en que, con los ojos cerrados y su radar supersónico, detecta que te querés desprender de él, comienza a llorar como gorrino camino al matadero. Y hay que volverlo a levantar, hamacar y esperar una oportunidad más propicia, por ejemplo, las próximas elecciones presidenciales. A veces llora incluso en brazos, creo que para no dormirse o para avisarte que sabe de tus intenciones. Al final se va calmando y, tarde o temprano, termina cerrando los ojos. Una vez dormido profundo, no despierta en, por lo menos, ocho o nueve horas.

La Academia Americana de Pediatría dice que hay que dejarlo llorar para que se acostumbre a dormir por sí mismo; lo mismo dicen los simpatizantes de Ferber. Yo me opongo vehementemente, no sólo pienso que no es sano para la salud mental de los niños sino porque creo que es anti-natural: el instinto te lleva a calmar a tu cría que está sufriendo, así como el instinto del cachorro busca los brazos de su madre. ¿Cómo sabe Maxi si adentro de la cuna, allí, solo e indefenso, no hay un tigre trepado y listo para manducárselo? Además, lo he tenido que dejar llorar cuando le han puesto suero, le han succionado la nariz o cuando le ponen las vacunas, ¿lo voy a dejar llorar también todas las noches? En algún momento, Maxi va a pensar “¡pero mirá la tarada que me tocó para cuidarme!”. Nada, nada, el niño duerme en mis brazos o en los de su padre; que bastante sangre, sudor y lágrimas derramamos nosotros para llegar hasta acá.

Sin embargo, me pregunto como puedo hacer para que el momento de irse a dormir le sea más placentero. Tengo dos libros muy buenos, siendo el mejor de ellos, el de Elizabeth Pantley “No Cry Sleep Solution” (Solución para Dormir Sin Llanto) pero, hasta ahora, nada funciona y el niño va casi cada noche y casi cada siesta llorando, hacia la tortura inimaginable de su cuna. Probé creando una rutina diaria (baño, masaje, comida, libro), adelantando horarios, poniendo música, bajando las luces, poniendo sonido de latidos del corazón, dándole su juguete favorito. Sólo me falta echarle un trago de whisky a la mamadera.

Digo yo que, en el peor de los casos, cuando tenga quince dejará de llorar para ir a dormir, ¿no?


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7 de octubre de 2009

La papilla tuvo éxito

No puedo dejar de mostrarles esta foto que me hizo tanta gracia... El puré de cereal tiene mucho éxito con algunos comensales de casa (aún así, posan para la foto).

1 de octubre de 2009

En esta vida, hay que pelear por todo…

En mi escala de momentos divertidos se encuentran, de mayor a menor:

- una obra de Les Luthiers
- un día en el Reino Mágico de Disney
- el Fantasma de la Opera, cantado por Michael Crawford
- una partida al Scrabbel
- ver un partido de fútbol
- pasar un par de horas transpirando en el gimnasio
- sacarme sangre
- hacerme un tratamiento de conducto
- tener a mi hijo internado con gripe y bronquiolitis

Nunca dejaré de agradecer a la medicina moderna todo lo que nos ha dado pero, sin que sea nada personal contra ella, quisiera que, de una vez, nos soltara un poco las riendas y nos dejara vivir sin médicos, enfermeras, remedios, agujas y mascarillas. Aunque sea unos, digamos, veinticinco años, por lo menos.

El primer día de internación en el Miami Children’s Hospital fue una pesadilla; empezando por la sala de emergencia, donde lo atendieron muy bien y le diagnosticaron gripe A, pero donde pasamos gran parte de la noche paseando de la sala de rayos-x a la sala de enfermería, donde Maxi se vio acosado con agujas, succionador de mocos y nebulizaciones repetidas, mientras yo lloraba como una tarada y recordaba mis días en neonatal. Si no hubiera estado O., me lo hubiera llevado de vuelta a casa, no sin antes dejar algún ojo morado en la clínica. Cuando, por fin, Maxi se logró calmar, con una respiración regular y un sueño reparador, llegó la hora de hospitalizarlo y la única habitación disponible tenía otros dos ocupantes apestados. Horror de los horrores: más gérmenes y más ruidos para los oídos sensibles de mi niño. O. bufaba y rechinaba los dientes pero nada se podía hacer en el Poderoso Mundo de las Enfermeras, donde nada se escapa a su soberano control. Yo trataba de calmarme y calmarlo, sabiendo que poco podíamos cambiar acerca de la situación, y menos, a las cuatro de la matina. Al fin y al cabo, Maxi dormía pacíficamente, y eso era lo importante.

Nos tocó en suerte una enfermera con un grado alto de imbecilidad, que llegó dos horas tarde a su primera nebulización (después de dos llamadas mías; la última de ellas, un tanto encendida), no hizo ninguna succión y cuando hacía acto de su digna presencia, me respondía con monosílabos o con algún comentario sarcástico. A media tarde, se me terminaron de hinchar mis mofletes y, ante la mirada risueña de O., tomé una hoja de papel y empecé a hacer una lista detallada de errores, malentendidos, sarcasmos y otras de las hierbas similares que había tenido que ingerir desde que llegamos a la clínica. Pedí hablar con la pediatra de guardia y, ante su mirada atónita (pensó que la llamaba para hablar de la salud de Maxi), le dije que no sabía para qué estábamos en el hospital, ya que en casa lo podíamos hacer mejor que la panda de incompetentes que nos había tocado. Luego, sin prisa, sin pausa y con la voz algo mas temblorosa de lo que hubiera querido, a causa de la rabia, tomé el papel y le empecé a recitar la retahíla de quejas. Cuando acabé, la doc miró hacia abajo, me pidió disculpas y dijo que haría lo posible por mejorar la situación; empezando por sacar a Maxi de esa habitación compartida. No sé si fue compasión o el pánico legal que le inspiró mi hojita escrita, pero dos horas más tarde, estábamos instalados en una semi-suite enorme, silenciosa, con una cama decente para mí y baño privado; los horarios se empezaron a respetar a rajatabla y apareció el encanto de Beatriz, en reemplazo de La Bruja, quien ayudó a Maxi a respirar mejor y a mí a respirar de alivio.

Ufa, ¡cómo cansa la ineficiencia ajena!
Maxi actualmente bien, con sólo un poco de tos y en casa, siendo ampliamente malcriado por su niñera...



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