30 de mayo de 2008

Coqueteando con la adopción

O. me conquistó hace como veinte años con su seguridad y sus preciosos ojos azules, de pestañas largas. Yo a él con mi risa y mis piernas largas. Cosa que, en perspectiva, resulta a todas luces injusta ya que, con los años él sigue teniendo sus mismos ojos y a mí las minifaldas ya no me sientan como anillo al dedo...

Sin embargo, y ya hablé antes del tema, mi mayor problema con la adopción no es la imposibilidad de perpetuar la carga hereditaria. Una pareja de amigos madrileños adoptaron a una preciosa niña china hace alrededor de un año. Se quedaron en casa unos días; hablamos del tema. A su partida me dediqué a bucear dentro de mi corazón para ver de dónde viene esa reacción involuntaria de rechazo. Como siempre, en este camino de la infertilidad, estamos obligadas a buscar respuestas sin cesar, a elegir, a razonar cada paso, a luchar con y contra los instintos. Nada viene por inercia. La indolencia nos deja en blanco; sólo avanzamos con esfuerzo consciente y calculado. De acuerdo que eso nos enriquece como personas, aunque hubiera agradecido lecciones algo mas económicas.

Y acá van las conclusiones de esta filósofa en alpargatas. Creo que el primer motor en la vida de una persona es el Amor. Y no lo digo en un sentido romántico y sensiblero, adjetivos de los que no soy muy cercana. Es simplemente que el Amor o la falta de él nos afecta profundamente desde el momento que tomamos la primera respiración en este mundo. No digo nada nuevo; cualquier médico o psicólogo puede decir lo mismo. Un enfermo apreciado se recupera más rápido que uno abandonado; un niño querido aprende más rápido que uno olvidado.

El segundo motor que va definiendo nuestros pasos creo que es el Miedo. El Miedo, o la falta de él, es quien nos dice para que lado debemos mirar o que piedras necesitamos esquivar. El miedo físico es primario y fácilmente detectable: palpitaciones, adrenalina y confusión generalizada. El miedo del corazón… ese es más tramposo. El miedo a no ser amados, a ser viejos, a ser pobres, a morir, a no ser aceptado o a fracasar se suele esconder entre los dobleces del alma y sólo se da a conocer en contadas ocasiones. Si una no está muy atenta, se nos disfraza de apatía, de cáncer, de migrañas o de insomnio y lo perdemos de vista. A veces se nos acerca en sueños pero todos sabemos la ligera consistencia con que están tejidas nuestras noches y poco provecho sacamos de nuestros simbólicos encuentros con el subconsciente. Y sin embargo, es sabido que los Miedos mueren con la luz del día, así que un esfuerzo consciente por sacarlos de las tinieblas es definitivamente sano y enriquecedor.

Así que me hice dos preguntas a mí misma:

Pregunta No. 1: “Mí Misma, ¿es preferible vivir un matrimonio feliz sin hijos o adoptar?”. La respuesta no se hizo dudar: depende.

Pregunta No. 2: “Mí Misma, ¿de qué depende: de falta de Amor o exceso de Miedo?” (pregunta de la que deriva, en su caso, la siguiente: “¿Miedo a qué?”)

Y dejo la pregunta picando en el área de gol para quien se atreva a darle una patada. Mi opinión en breve.



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27 de mayo de 2008

Y la cosa venía tranquila

Parecían unos días tranquilos, máxime cuando uno de los dos (y no soy yo) tenía un resfrío cargado de estornudos, capaces de arrancar de cuajo la copa de nuestras palmeras. Pero hoy me despierto con que twitter sigue sin funcionar, una familia de zorros ha decidido fundar su hogar y comenzar una nueva vida debajo del “deck” de nuestro jardín y una pequeña princesa sigue grave en la unidad de cuidados intensivos.

Acerca de twitter no se puede hacer nada más que esperar; acerca de Melanie, sé que la página está en inglés, así que les cuento un resumen. Su madre, Elisa, fue parte de nuestro foro de infertilidad cuando estaban buscando a la tercera niña, Angel, que nació el año pasado. Melanie nació perfecta y hermosa hasta que, unas horas más tarde, una bacteria destrozó sus pulmones; ha vivido todos sus siete años de vida con problemas respiratorios, internada durante demasiadas horas de su vida y sin poder jugar con otros niños ni ir a la escuela, ya que no puede estar expuesta a virus. En fin, el que puede donar algo, que done; al que no puede, le agradecería una oración o un pensamiento positivo hacia ella y su familia. Yo estoy tratando de hacer algo para cumplir uno de sus sueños pero es algo más difícil de lo que esperaba; si el tema avanza, ya les contaré.

Sobre los zorros, lo único digno de destacarse es que, no sólo no pagan alquiler sino que además son los vecinos más ruidosos que tenemos. O. se despierta con los aullidos de los cachorros durante la noche (yo no me despierto ni con un elefante) y alguien de su familia tiene excavada una autopista entre mi casa y la de mis vecinos. Si por lo menos posaran para mi cámara…


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23 de mayo de 2008

El valor de un buen consejo

Todos sabemos lo odiosos que son los consejos no solicitados y cómo la gente disfruta de darlos, más por satisfacción personal que por beneficio ajeno. Sin embargo, las que andamos por Internet también sabemos apreciar los buenos oficios de San Google y de muchos foros o blogs que nos llegan con la palabra justa, en el momento adecuado. Como ya he dicho antes, en este camino he aprendido mucho, pero la mayor parte de esas enseñanzas son tan útiles en esta vida, como saber deshojar una margarita. No creo que me diga San Pedro, el día que le vea la cara, “la verdad que no suelo dar cartas de recomendación, pero con la mano que tenés para poner agujas y la paciencia que tenés con los médicos, te mereces medalla de honor y 2 años menos de purgatorio”.

Sin embargo, hay algunas palabras que me hicieron bien, otras que me ayudaron a centrarme y algunas más que hubiera deseado tener en algún momento de este camino y nunca tuve. Muchas mujeres me escriben e-mails pidiendo consejo y yo, a veces, me debato entre ser totalmente honesta o echar un balde de pintura rosa a mis, a veces, agrios comentarios. Obviamente, opto por lo primero porque no sé cómo hablar con flores y debe ser que la sinceridad está bastante bien cotizada últimamente porque sino, no se explica una como me vuelven a escribir (y sin insultarme).

Para alguien que recién comienza este duro camino le diría que es vital rodearse de un buen equipo de apoyo médico (el mejor especialista en reproducción que puedan, un andrólogo, un hematólogo, un buen laboratorio); que no hablen del tema con aquellos que pueden reprobar sus actos y que nunca pero nunca, descuiden a su pareja empós del sueño maternal. Cada uno lleva el dolor a su modo, pero el sufrimiento es común, el proyecto es de los dos y nadie en el mundo los va a entender y aceptar como lo hacen ellos.

Sin embargo, el mejor consejo que puedo dar a aquellas que pasan por los “años negros”, los de desesperanza perpetua y primeras frustraciones, es que, hagan lo que hagan, sepan que todo va a pasar. Aunque no se vea. Aunque no se crea. Y ya que todo tiene su ritmo, incluso el dolor, y que esos tiempos son distintos de los nuestros, lo menos que podemos hacer es intentar una sonrisa. Aunque sea forzada. La infertilidad, igual que, supongo, todas las enfermedades, son invasivas. Te imponen horas, fechas, tiempos de espera; te inundan de medicamentos, te llevan los médicos a la cama; te hacen sentarte en las posiciones más inesperadas; te hacen tener frío en los hospitales y dormirte a la fuerza en los quirófanos; te empujan, te retienen, te reprimen, te angustian. Y aun, a pesar de todo eso y quizá por eso mismo, es necesario dejar todo a un lado y continuar siendo feliz. Aunque sea tan difícil de ignorar como un elefante pintado de verde y sentado al lado del camino, agitando una bandera roja, es necesario secarse las lágrimas, servirse una generosa copa de Torrontez y sentarse en un buen sillón, mirando el atardecer en buena compañia. Porque la vida es corta. Y no se repite.

¿Cuál es el mejor consejo que pueden pasar, de todas aquellas lecciones aprendidas con la puta infertilidad?


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19 de mayo de 2008

Dejarse llevar

Unos amigos nuestros, que estaban de novios en la universidad al mismo tiempo que O. y yo, acaban de cumplir quince años de casados. O. suele flagelarse a sí mismo cuando piensa en todo el tiempo que, según el, perdimos, habiéndonos casado hace sólo siete años. A mí es un tema que no me quita el sueño porque hace mucho tiempo aprendí que la Vida tiene una entidad propia y bien diferenciada de nuestros deseos. Tampoco pierde oportunidad la Vida para dejarnos saber quién es la que manda. Con suerte, a veces, caminamos en paralelo y si los planetas se ponen en línea, hasta nos agarramos de la mano y nos tiramos besitos cariñosos; pero la mayor parte del tiempo luchamos en contramano o nos dejamos llevar, sólo para evitar la fatiga.

Yo me dejé llevar durante muchos años porque sinceramente me daba igual ir para un lado que para otro. Ni el norte tenia un especial atractivo ni el sur me esperaba con los brazos abiertos; tanto me daba dar vueltas para la derecha como para la izquierda, si al final siempre terminaba en el mismo sitio. Y es bastante fácil vivir así, sin expectativas, sin miedo a las sorpresas y con la casa a cuestas como el caracol. Solitario, tal vez, pero escasamente complicado.

En el año 1990 me fui a Madrid a estudiar y cuando acabé no tenía muy claro para donde tenía que ir. Recuerdo que unos meses antes de la graduación, fui a pasar unos días con mi Tía La Monja en la hermosa ciudad de Santander, en la agreste costa norte de España. Su mejor amiga, una monja vasca muy divertida y con energía suficiente para arrastrar ella sola el seminario donde trabajaban, trataba de sumarme a sus filas. Me decía, en un perfecto discurso comercial, “somos una multinacional, te transfieren con frecuencia y tenemos sucursal en Argentina”. Pobre mujer, estaba tirando flores a los cerdos y no se daba por enterada.

Y sin embargo, ahora que sé lo que quiero, tengo la impresión de que no paro de luchar. “Lo encontrarás, cuando menos lo busques” era una de las frases manidas de mi madre cuando yo buscaba algo perdido por la casa. No sé como hacer para no buscar. ¿No tendré suerte y me dará amnesia?


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16 de mayo de 2008

Viernes Negro

Imagen de Dana durante el dia de la fecha:


Imagen de Dana a las cinco de la tarde, casi terminando el dia laboral:


Sábado, te espero impaciente.

13 de mayo de 2008

El Acido Fólico y la Mutación Genética

¿No es un nombre genial para un grupo musical?

En mis últimos estudios hematológicos, parece que con mis altos anticuerpos anticardiolipinas se encontraba mi baja homocisteína, oculta detrás de un sombrero. Como de costumbre, para algunos médicos, este hecho tiene la misma importancia que un estornudo; para otros, si va de la mano de otros trastornos sanguíneos, puede ser la madre de todos los problemas. Entre ellos, esta mi nuevo doc de California, con quien tuve el gusto de tener ayer mi primera consulta telefónica. Después de ver mi extenso expediente y de sorprenderse por el curriculum internacional de mis tratamientos, me dijo que había sido adecuadamente tratada y evaluada hasta la fecha, por lo que no pensaba hacer muchos cambios a mi protocolo. Sin embargo, comenzó a hablarme de la malvada homocisteína y sus vínculos ilícitos con el MTHFR (una mutación genética), el ácido fólico, los coágulos, las vitaminas B y me perdió por el camino, mientras frenéticamente trataba de anotar cada palabra como estudiante aplicada.

San Google sacó chispas en el día de ayer, y hasta me registré en un foro de MTHFR pero si bien la hiperhomocisteinemia parece ser causal de abortos frecuentes, poco y nada encontré sobre baja homocisteína. Los valores normales son de 5 a 12 y yo parezco tener 3. Receta final para el éxito según el doc: hormonas, altísimas dosis de acido fólico (para la homocisteína /MTHFR), Prednisone (otro juguete nuevo y misterioso) y Lovenox (Clexane) para los anticuerpos anticardiolipinas. Una pila de agujas para entrenarse un rato.

Altos niveles de homocisteína imposibilitan los embarazos, los complican o los extinguen. Este tipo de análisis no son rutinarios y una los descubre de casualidad, después de torturar el cerebro de los médicos para que saquen a relucir los más floridos métodos experimentales; millones de personas tendrán, por ejemplo, ataques cardíacos porque sus médicos miden el colesterol pero no la homocisteína, y nunca sabrán la causa. Lo cual confirma mi teoría de que la infertilidad sigue siendo una enfermedad aunque una no tenga diagnóstico. Algún día, en algún momento de la historia, una teoría se convertirá en ley o crecerán los microscopios y nos lloverán las respuestas. Quizá sea algo tarde para mí, pero lo que nos separa de la solución al problema no es mala voluntad ni falta de relajación, sino pura y simple ignorancia. La ciencia llega hasta donde puede y, si bien hoy sabemos mucho más de lo que conocíamos hace diez años, tenemos la mitad de los conocimientos médicos que tendremos en diez años más.

Por lo pronto, tengo profundos conocimientos científicos relacionados al sistema reproductivo que no sé para qué cuernos me sirven…



PD: una lata de cerveza contiene el diez por ciento del ácido fólico recomendado (en especial para nosotras, las deficientes en homocisteína) por día. Si me tomo diez cervezas por día, ¡soluciono el problema!



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8 de mayo de 2008

Ejercicio para el corazón

Mientras venía para la oficina, empezaron a pasar a los Bee Gees en la radio. No pude evitar sonreir y empezar a cantar “How Deep is Your Love” a todo pulmón desafinado (mi auto es mi burbuja privada y ahí no me tengo que preocupar por los demás).

Así me pasa con casi toda la música de finales de los setenta y ochenta. Conozco las canciones de memoria porque pasé horas cantándolas con amigas, copiando las letras para pasárselas a alguien o simplemente escuchándolas en mi “grabador” (el “walkman” vino más tarde). Algunas de las que leen este blog sabrán de qué hablo. Escucharlas ahora es recordar muchas cosas de mi adolescencia: los intercambios de ropa con mis amigas el día antes de ir a bailar, los paseos en bicicleta, los lentos, los veranos en la playa, los pantalones de raso color bronce, los recitales de Almendra, las escapadas del colegio para tomar sol antes de la fiesta de graduación y tantos muchos recuerdos. Están todos como atados de un hilo; si tiro de uno, vienen los otros detrás.

Tuve una hermosa infancia, una muy divertida adolescencia y en cuanto dedico un segundo a pensar en ello, me lleno de gratitud. En primer lugar, hacia mis padres, quienes, aún al día de hoy, son mi punto de partida; el hierro que nunca se mueve, aunque lo demás se desdibuje. Pero también hacia mis amigos, compañeros de colegio, padres de mis amigos (gracias, Basilio, ¡guárdenos un lugarcito allá arriba para cuando nos toque!), profesores; hacia la Vida y hacia el Repartidor de Suertes.

Así que hoy decidí poner por escrito todas aquellas dichas que me rodean. Para que nunca me olvide, para que nunca me sienta una víctima y para que, como decían el otro día, no sólo me defina por lo que me falta, sino también por todo aquello de lo que tan agradecida estoy.

- Estoy sana, camino, río y respiro sin dificultad alguna. Puedo sentir el sol por las mañanas, caminar descalza en el jardín y bailar frente al espejo durante horas.
- Comparto mi cama y mis días con la persona que más quiero en el mundo.
- Algunos amigos estuvieron en mi vida y pasaron de largo; como el puesto de garrapiñadas, que se va moviendo de una esquina a la otra. Otros siguen firmes, a pesar de los viajes, los huracanes y mis malhumores. Agradezco a todos.
- Tengo unos padres que se quieren y me quieren. Una hermana que siempre está cerca. Esa pequeña familia es la que dió los primeros pasos para que creciera en lo que ahora soy.
- Tengo una orquídea florecida desde hace un mes.
- Vivo en una ciudad que tiene unos trescientos días de sol al año y un mar de aguas templadas.
- Tengo un trabajo tranquilo, bien pagado; donde se me escucha y respeta.
- Tengo una Nikon D200 y un collar de perlas que me llega hasta el ombligo.
- Escribo en un blog donde me acompaña gente maravillosa, con coraje y compasión.

¿Qué cosas tienen para agradecer?


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6 de mayo de 2008

Y el ganador es…

Cuando era chica y veía películas del oeste, siempre me preguntaba como duraban tanto las peleas. Trompada en la mandíbula, caída abrupta en el suelo del saloon y el tipo se levantaba para que le dieran otra. Ahora tengo una idea algo más clara de cómo hacía el vaquero para levantarse y seguir peleando. Nada como la vida para aclararte las dudas.

Así que nosotros nos pusimos las botas de punta, el sombrero de cuero, las pistolas al cinto y salimos de nuevo a pedir cotizaciones en clínicas de fertilidad. Nuevamente uso el plural mayestático, dado que en realidad, la que anda revoleando opciones en Google, foros, e-mails, blogs y teléfono como desquiciada, soy yo. O. es como mi jefe: le gusta mantenerse informado pero no necesita más que un resumen ejecutivo. Hay un dicho en inglés que dice “el diablo está en los detalles” y ahí me regodeo yo con alborozo.

En esta ronda, y sabiendo que quedan pocas, me cuelgo de las estadísticas. No me importa como las clínicas lleguen a ellas, si tienen que rechazar pacientes o recitar un mantra con cada ultrasonido, siempre y cuando me muestren los números más altos de éxito. Y en el recuento cayeron varias alternativas por el camino; entre ellas, la de ir a Buenos Aires, ya que en Argentina no hay un organismo oficial que regule la información estadística de las clínicas y me cuesta mucho fiarme de las campañas publicitarias.

Las tres finalistas se desparraman por la costa oeste del país, lejano pero muy bello, Oregon, Colorado y California. Me gustan los aires del Pacífico, las montañas y ¡Hollywood! También consideré hasta último momento Cornell, en New York, pero finalmente optamos por irnos a California, específicamente a San Diego. Desayunaremos con Clint Eastwood



veremos atardecer juntando caracoles en el mar

y escucharemos a los Beach Boys
mientras paseamos con nuestra tabla de surf.




Si no puedo prever cuando llegará mi hijo, por lo menos le pongo entusiasmo a la organización de mis vacaciones…



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1 de mayo de 2008

Si estoy de malhumor, será por las pastillas

Hace unos días, alguien que me quiere me preguntó, preocupada, si todas las medicaciones que me inyecto no tendrán efectos secundarios perjudiciales en el largo plazo. Mi primera reacción fue instintiva: defender mi Puregon a capa y espada. En mi mente, bebé equivale a tratamiento y todo aquello que se interponga, debe morir indefectiblemente. Nunca había pensado mucho el tema, pero me largué con una retahíla de excusas como “los médicos dicen que no”, “al fin y al cabo, no son más que hormonas”, “mi cuerpo se recupera rápido”.

Después me quedé pensando y descubrí que la verdadera respuesta es que me importa tres pepinos si tienen o no efectos secundarios; si en unos años me quedo pelada, me haré un implante y si me quedo bizca, me hago presidente. ¿Acaso le importa a la mujer embarazada tener riesgo de varices, diabetes, coágulos, trombosis, desprendimiento de placenta, anemia, pre-eclampsia, incluso complicación en el parto o muerte? ¿Por qué entonces me habría de importar a mí, en estado de pre-embarazo, las consecuencias de la aplicación de progesterona en aceite o estradiol empastillado?



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